ENTREVISTA: JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD Escritor

"La gran literatura la han hecho siempre los desobedientes"©

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JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - 02/05/2009

"El otro día, mirando la foto de Collioure, me di cuenta de que yo era el único que quedaba vivo". La fotografía de la que habla José Manuel Caballero Bonald se tomó el 22 de febrero de 1959 durante la ya famosa visita a la tumba de Antonio Machado. Junto a él están Blas de Otero, José A. Goytisolo, Ángel González, Valente, Gil de Biedma, Alfonso Costafreda y Carlos Barral. Todos muertos. "La sensación de ser un superviviente la tengo cada vez más dentro. Y no es una buena noticia", dice el poeta jerezano, de 83 años, en su casa madrileña.

Caballero Bonald llamó a su poesía completa Somos el tiempo que nos queda y, dice, "ese título cobra cada día más sentido". Retirado "por pereza" de la narrativa, acaba de publicar un nuevo libro de poemas: La noche no tiene paredes (Seix Barral). El tiempo que le queda, en efecto, recorre el poemario de principio a fin: "Con los años te das cuenta de que apenas hay futuro. Y tienes que apresurarte, aunque yo no tengo prisa, porque en literatura las prisas son como la carcoma: a mayor velocidad más pronto llega el derrumbamiento. Pero esta vez tenía la sensación de que cada poema era una última voluntad".

En eso, admite, La noche no tiene paredes es "una continuidad" de Manual de infractores (2005), que le valió el Premio Nacional de Poesía. Eso sí, ha rebajado el tono de "enfado" y crítica social: "Éste es más sereno, sí. Y no porque yo esté más reposado. Estoy igual de cabreado. Los antiglobalización estaban en lo cierto. Con la economía está ocurriendo lo que ellos llevaban años condenando. Y los ricos siempre caen de pie. Vivo en un estado de irritación permanente. La injusticia me subleva y la poesía es mi forma de no quedarme callado". Serenamente irritado, el nuevo libro de Caballero Bonald es, ya desde el título, un elogio de la noche que se mueve sin chirriar entre el misticismo y la farra, entre la noche oscura del alma y la del trasnochador.

"Siempre tuve adormilado el sentido religioso de la poesía y ha aflorado ahora, con la vejez. Entre mis autores predilectos están san Juan, Miguel de Molinos y los sufíes", cuenta el poeta. "Me interesa la tensión a la que someten el lenguaje. Siempre he querido que las palabras signifiquen en mis poemas más de lo que significan en el diccionario". Con todo, no reniega de la vía más terrenal, la que está más cerca de las barras de los bares que de los altares: "La noche es el espacio de la libertad total". En cualquier caso, para el escritor jerezano el crápula y el místico no están tan lejos. Les une su desdén por las convenciones. "Siento", dice, "un rechazo casi biológico por los gregarios y los sumisos. La gran literatura la han hecho siempre los desobedientes".

De desobedientes está llena, de hecho, la mítica foto de Collioure, tomada hace medio siglo, en el año mágico que lanzó a la generación de los cincuenta. Según Caballero Bonald, ninguno de aquellos poetas treintañeros sentados en el suelo pensaba que aquél fuera un día histórico: "El sentimiento general era que no fuera ni un velatorio ni una peregrinación para llorar la muerte de Machado. Era una excursión divertida. Lo que hicimos fue beber y dar paseos. Lo de la tumba fue media hora".

Fue al volver a España cuando se organizó la estrategia promocional de la generación: una antología firmada por Castellet de la que, para corroborar la victoria del realismo social frente al simbolismo, se excluyó a Juan Ramón Jiménez -"un disparate"- y una colección llamada, precisamente Colliure (sin o). Allí publicó Caballero Bonald en 1963 Pliegos de cordel, su libro más comprometido, fruto de unos años en los que la expresión personal se supeditaba a una misión colectiva: combatir la dictadura. "Cada uno aparcó su estética. Aunque ahora no me reconozco en esos poemas, los justifico históricamente. El factor de unión de nuestra generación fue la lucha antifranquista. Claro que, muchas veces, las reuniones políticas acababan en etílicas". El escritor andaluz afirma que les unió más eso que la literatura. Las afinidades eran raras: "¿Qué tiene que ver Valente con Ángel González? Aunque nos influíamos entre nosotros. A mí, por ejemplo, me influyó Barral, que introdujo en la poesía española la tradición alemana. Y Gil de Biedma influyó en Goytisolo y Ángel".

Caballero Bonald es una rara avis que ha ganado tres veces el Premio de la Crítica (dos como poeta -por Las horas muertas y por Descrédito del héroe- y uno como novelista -Ágata ojo de gato-), pero se ha quitado ya de la cabeza la idea de continuar sus memorias donde las dejó el segundo tomo, La costumbre de vivir (Alfaguara), en la muerte de Franco. También la "extravagancia" de escribir una novela sobre el duque de Mompensier: "Me atrajo el personaje. Fue el hombre más rico de Europa y murió en Sanlúcar. Pero, ¿escribir una novela histórica? ¡Quita, imposible!".

Aunque repite que "la gran certeza es la muerte", Caballero Bonald no pierde la sonrisa. La edad le ha hecho distanciarse del mundo, pero no desentenderse de él: "Cuando uno se hace viejo cree cada vez en menos cosas. Te vuelves escéptico". Con todo, La noche no tiene paredes es un libro optimista: "Es la celebración de seguir vivo. Y los buenos recuerdos ayudan. No quiero desprenderme de eso". Y pensando de nuevo en aquellos muchachos de la foto, añade: "De nosotros se ha dicho que éramos partidarios de la felicidad, ¿no? Pues es verdad".